jueves, mayo 12, 2011

Padres buenos hay muchos; buenos padres, hay pocos.



No queremos que nuestros hijos pasen incomodidades. Desde niños los dejamos a la puerta de la escuela para que no caminen, les simplificamos todo para que no batallen y les dejamos muy claro el mensaje: sufrir y batallar no tiene sentido.
En el libro The Road Less Traveled (El Camino Menos Viajado) M. Scott Peck comenta que la vida es difícil, y una vez que lo sabemos, entonces deja de serlo. La vida es una serie de problemas. Aceptándolos y resolviéndolos es como el individuo crece. He ahí la importancia de que nuestros hijos aprendan a resolver sus propios problemas.
Si estuviéramos conscientes del daño que hacemos a nuestros hijos al leerles el pensamiento y cumplirles todos sus caprichos, estoy seguro de que no lo haríamos. Pero a veces sentimos que es nuestro deber y otras veces queremos que tengan todo lo que nosotros no tuvimos. Un amigo me comentaba que fue a una cena y un sacerdote les dijo a los ahí presentes, en su mayoría jóvenes matrimonios de muchachos emprendedores, que les estaban dando a sus hijos demasiadas cosas.
Uno de ellos le contestó que ellos simplemente querían que sus hijos tuvieran todo lo que ellos nunca pudieron tener. El sacerdote le dijo:
Ustedes tienen lo que tienen, precisamente por lo que no tuvieron.
Vuelvo a lo mismo, estos niños mal acostumbrados son pésimos a la hora de sacrificarse. Y no me refiero a un gran sacrificio, sino a algo tan simple como ceder en la convivencia diaria.En un matrimonio siempre hay prioridades a la hora de comprar algo. ¿De quién serán las prioridades?, ¿de él?, ¿de ella? Si ninguno acostumbra prescindir de lo que le gusta, ¿cómo le harán? En el mejor de los casos, aprenderán a estirar, aflojar y batallar antes de llegar a un acuerdo. Pero, si el egoísmo está tan arraigado que no hay manera, ¿entonces qué?: llega el divorcio, claro, por incompatibilidad de caracteres, y se acabó. Asunto arreglado.
Desgraciadamente, la incompatibilidad de caracteres es nada menos que la imposibilidad de convivir con los demás, sólo que con el cónyuge se nota mucho más, por que allí sí viven juntos. Eso sólo viene del egoísmo, y éste viene de estar acostumbrado a ser el centro de atención, a que la vida gire a su alrededor, y eso desgraciadamente, se enseña en la casa, en donde se prepara a los matrimonios del futuro. Así que, la próxima vez que su hijo tenga algún problema, ayúdele si quiere, pero no se lo solucione. No lo subestime, le aseguro que saldrá adelante.
Padres buenos hay muchos; Buenos padres, hay pocos. No es difícil ser un padre bueno, en cambio, no hay nada más difícil que ser un buen padre. Un corazón blando basta para ser un padre bueno pero la voluntad más firme y la cabeza más clara son todavía poco para hacer un buen padre. El buen padre dice sí cuando es sí y no cuando es no. El padre bueno sólo sabe decir sí. El padre bueno hace de su niño un pequeño Dios que acaba en un pequeño demonio.

sábado, mayo 07, 2011